Christian Herwartz, Comunidad junto al camino

Las declaraciones de la Congregación General 32 sobre el compromiso conjunto por la fe y la justicia abrieron el camino a la fundación de nuestra comunidad. Después de mis estudios en Alemania fui enviado, en otoño de 1975, a una comunidad jesuita de sacerdotes obreros en Francia. Trabajé en varias empresas como conductor, encargado de prensado y, después de una formación específica, como tornero. Más tarde siguió mis pasos un compañero alemán: Michael Walzer. Él trabajó en un almacén de pieles. Con él fundé tres años después en Berlín oeste nuestra pequeña comunidad y los dos encontramos trabajo en la industria eléctrica.

Una doble incorporación

Como obreros queríamos vivir la inculturación en nuestro contexto de trabajo, pero también deseábamos estar abiertos a personas con necesidades materiales más graves. Por eso nos mudamos, dentro de Berlín oeste, al barrio de Kreuzberg, una zona en la que viven muchas personas procedentes de Turquía y muchos parados. Otros se han visto empujados a los márgenes de la sociedad a causa de su avanzada edad o debido a infortunios de la vida. A esto se unen artistas y activistas políticos de izquierdas y de democracia de base.

La comunidad creció. El primer año se añadió un jesuita húngaro, que después se trasladaría a Colombia para vivir con los niños de la calle. Durante mucho tiempo fue miembro de nuestra comunidad. Luego se unieron a la comunidad personas del barrio. El tercer año nos enviaron a Franz Keller, un hermano jesuita suizo, quien a sus 55 años todavía encontró trabajo en la industria eléctrica. Hoy tiene 83 años, y durante mucho tiempo él y yo fuimos los únicos jesuitas en la comunidad. Michael Walzer murió en 1987 de un tumor cerebral. En esa época éramos cinco jesuitas y se abrían las puertas de la comunidad. En los 30 años siguientes vivieron aquí, en un espacio reducidísimo, unas 400 personas procedentes de 61 países. Llamaron a nuestra puerta en situaciones vitales muy diferentes y nosotros, cada vez, poníamos un colchón más, para que hubiera sitio para todos. Se encontraban sin techo por diversas razones: enfermos, refugiados, aventureros, parados, personas que habían salido de la cárcel o del hospital; otras veces a causa de cambios en la vida, e incluso por motivos religiosos. Así la comunidad se convirtió poco a poco en un albergue de peregrinos, en el que algunos permanecieron más de 10 años, hasta que se les hizo claro un ulterior paso en la vida. Otros se fueron más rápido. Nuestro piso de alquiler se convirtió en un lugar en el que practicar la hospitalidad en un marco internacional. Vivíamos cerca del muro que dividía la ciudad en este y oeste. Los contactos con personas más allá de esa frontera eran muy importantes para nosotros.

La riqueza de cada uno

En 1987 me invitaron a un encuentro internacional de jesuitas en Francia sobre el tema „Convivir con musulmanes“. Allí me quedó claro lo siguiente: no sólo vivo con personas que tienen carencias (falta de patria, de salud, de dominio de la lengua, de un puesto de trabajo o de relaciones) sino, lo que es mucho más importante, vivo con personas que llevan consigo una riqueza. Puedo convivir con personas de diferentes religiones, lenguas, perspectivas de vida. Como en el trabajo, también en la comunidad el aspecto asistencial había pasado a un segundo plano y el descubrimiento de la dignidad de cada uno estaba en el primero. En conjunto, mi vida en el trabajo y en el barrio la he vivido como un camino de encarnación. En la alegría que viene de ahí han sido posibles muchos cambios.

La comunidad mundial

Los contactos internacionales son un aspecto importante de la comunidad, y dentro de ellos, también los contactos con otros jesuitas de todo el mundo. Por eso no es de extrañar que los textos de la Congregación General 34 frecuentemente confirmen nuestra búsqueda y fomenten otros desarrollos. Aquí entran, por ejemplo, las orientaciones en la dirección de la inculturación y el diálogo interreligioso, pero también el decreto sobre la situación de las mujeres y la especial atención a las personas procedentes de África que viven entre nosotros. En medio del racismo de nuestro país ellos son un gran regalo.

Oraciones políticas

Junto con otras personas del grupo „Religiosos contra la exclusión“, hace catorce años comenzamos a tener regularmente una oración delante de la cárcel donde están internadas personas sin ninguna sospecha criminal, únicamente porque deben ser expulsados a otros países. Como berlineses tenemos dolorosas experiencias de separación y de muros. Estamos indignados por esta privación de libertad. Por eso nos ponemos regularmente delante del muro de la prisión, que para nosotros es una parte del muro que rodea a Europa o a otros países, como Estados Unidos. En la oración pasamos por encima de las fronteras y nuestra vida puede ensancharse.
Hace 6 años empezamos una oración interreligiosa por la paz con musulmanes, hindúes, budistas, personas sin religión, y esporádicamente personas de otras religiones, para la cual nos reunimos una vez al mes en una gran plaza en medio de la ciudad.

Ejercicios en la calle

La oración personal en el lugar de trabajo y la oración comunitaria ante la prisión nos han marcado el camino para percibir los ejercicios ignacianos de una manera nueva. De modo muy sorprendente para nosotros, en el año 2000 se nos pidió que ofreciéramos „ejercicios en la calle“. Esta petición cambió nuestra vida. Las experiencias de la primera tanda de ejercicios fueron presentadas en el anuario de la Compañía del año 2002 bajo el título „Buscar lugares de encuentro con Dios“. Otras tandas tuvieron lugar en otras ciudades, en las que hicimos experiencias probablemente semejantes a las de Ignacio en Manresa. En esta forma de ejercicios, que no tienen lugar retirados en una casa silenciosa, sino en medio de la ciudad, hay sólo un punto de oración central: contamos la historia de Moisés, que un día conduce el rebaño que le ha sido confiado por la estepa y allí descubre una zarza que arde sin consumirse. Lleno de curiosidad, se dirige a ella y escucha que está en suelo sagrado y que debe quitarse las sandalias de la distancia. El fuego del amor, que arde sin consumirse, le descubre por primera vez algo conocido pero quizá dejado de lado: la miseria de su pueblo. La voz que viene de la zarza ardiente se dirige a Moisés por su nombre y le llama a su servicio para liberar al pueblo de la esclavitud (Ex 3).

En los ejercicios, los participantes dejan que se les muestre su „zarza“, y con ella su propio lugar sagrado en el que quitarse, del modo más real posible, las sandalias del saberlo todo, de la huida precipitada o del desprecio de sí mismos. Lugares casuales y modestos; personas junto al camino; puntos ardientes históricos y sociales; el dolor de la propia historia vital…En muchos de estos lugares se deja oír la voz de Dios. Los participantes y los acompañantes se ven sorprendidos por los lugares de meditación que descubren y por los diálogos interiores y exteriores que allí se inician. La palabra „camino“ del título quiere dirigir la atención hacia una búsqueda abierta de encuentro personal. El buscar y hallar a Dios en todos los encuentros corresponde a la experiencia básica de Ignacio.

Estos encuentros son los impulsos centrales para el proceso interior, ya sea en una tanda de 10 días o en unas pocas horas. Se trata de la experiencia directa del Resucitado en nuestro entorno y de la relación con el Espíritu Santo dentro de nosotros. En esta experiencia exterior e interior se desencadenan procesos de curación y se posibilitan decisiones. Los participantes cuentan a continuación, como testigos autorizados, sus historias bíblicas del presente. Vienen de diferentes ámbitos vitales y grupos religiosos, o de una vida ajena a la Iglesia.
Algunos ejercitantes se alojan en nuestro piso. A otros les ofrecemos tandas de ejercicios gratuitas en lugares sencillos.

El ritmo de vida común

Hoy día duermen en nuestro piso una media de dieciséis personas, cuatro de ellos jesuitas. Cuántos tienen aquí su centro vital, es decir, „viven con nosotros“ según sus propias palabras, eso no lo sé. Siempre me asombra ver con quiénes puedo convivir y quiénes se sienten, de un modo u otro, pertenecientes a la comunidad.

Para los que viven aquí, hay todos los martes una cena y una charla sobre los acontecimientos de la última semana. Cada cual cuenta qué impactos han sido importantes. Después de escucharnos durante un par de horas celebramos la misa en la misma mesa. Los textos bíblicos del día nos permiten ver de nuevas formas los acontecimientos de la semana. Además de esta „liturgia“ que dura más o menos cuatro horas – cena, intercambio, eucaristía -, hay también todos los sábados un gran desayuno igual de largo, al que van llegando poco a poco hasta 40 personas. Cada uno trae consigo temas, sobre los que conversamos. Al ritmo de estas dos comidas vive la comunidad, en camino con todos los residentes a los que puede albergar y con su mundo.

Una vida sin planificación

No hay ningún plan para limpiar o fregar, ningún plan de recibimiento o de asesoramiento, pero sí una gran confianza en la guía de Dios y la esperanza de percibir sus impulsos incluso en medio de situaciones dolorosas. Hacemos experiencias de tipo anárquico, que se basan en la valoración de cada individuo. Después de la peregrinación de Israel por el desierto los profetas se opusieron a nombrar reyes (Jc 9). También Jesús se opuso a las estructuras de dominio, que diariamente excluyen a muchas personas. „Los reyes dominan sobre sus pueblos y los poderosos se hacen llamar bienhechores. ¡Pero no sea así entre vosotros!“ (Lc 22, 25ss). Descubrimos de nuevo la esperanza común de todos los seres humanos. A esta libertad nos empujan especialmente las personas „sin papeles“ que viven en nuestra sociedad que deben ser cerca de 100.000 en Berlín, y se calcula que un millón en Alemania. Viven en medio de nosotros con una falta de seguridad que nos desafía. La confianza de estas personas es una luz que descubrir de nuevo una y otra vez. A veces vamos a visitar a estos enviados de Dios venidos de casi todos los países del mundo. Entonces es un día de fiesta en medio de las migraciones globales que nuestro mundo provoca. No pasar por alto este día de fiesta, celebrarlo de un modo u otro, es un paso en el camino de la vida con todas las personas del mundo, de las que ellos, en su miseria, dan testimonio. El estar arraigados en estas personas y con ello en el Dios hecho hombre es la fuerza unificadora de nuestra comunidad, que para nosotros es imposible de planificar y a la que queremos dejar las puertas abiertas.

Nada de ayuda profesional

La comunidad vive en un contexto desafiante desde el punto de vista político, interreligioso y ecuménico. No se ha especializado en un tema sobre el que pueda pretender tener una competencia social particular. La ayuda profesional debe buscarse en otros lugares. Hay personas de características muy diferentes, con las que descubrimos la comunidad y la amistad. En ello encontramos muchas dependencias y descubrimos diferentes actitudes de adicción. No volverse adictos de las relaciones de amistad es un gran desafío. No queremos que las gafas de la adicción nos bloqueen la mirada a la realidad; queremos encontrar cada uno nuestros propios „sí“ y „no“, o aquello a lo que renunciamos y en lo que creemos, como en la liturgia bautismal. Nosotros mismos estamos entretejidos de adicciones: estamos metidos con muchos otros en la adicción capitalista a conseguir más dinero. También la adicción clerical en comunidades de carácter religioso – da igual cuál sea su visión del mundo – bloquea la mirada a la realidad por medio del legalismo. En el campo de la moral sexual los principios se vuelven más importantes que la mirada misericordiosa a las personas implicadas. Estas se ven sumidas, a causa de ello, en situaciones angustiosas. Estamos invitados a dar un paso en el camino de la unión con Dios y de la libertad que él nos regala. La alegría agradecida que surge cuando los malos espíritus se debilitan y aparece la reconciliación es inconmensurable.

Resumiendo

Como conclusión debería dar una definición de nuestra „comunidad de inserción“, que lleva el nombre de nuestra calle: Naunynstraße 60. Para mí la comunidad se ha convertido en un albergue de peregrinos, lleno a rebosar y sin embargo tranquilo, en el que se practica la hospitalidad en medio de una sociedad que introduce continuamente nuevas técnicas de control y de vigilancia y en la que las comunidades eclesiales tradicionales pierden significado. Nuestra comunidad se arraiga en el encuentro con las personas en un entorno cercano, en un contexto universal, y además en la realidad de Dios, que en todo quiere sorprendernos.