Kreuzberg es un barrio de Berlín. Por su vida nocturna, Kreuzberg es un lugar atrayente pero también temido. Aquí viven gentes de las más diversas naciones. Muchas se encuentran sin permiso de residencia, es decir sin documentación válida. Drogodependientes y personas sin domicilio se ven por doquier, así como policías que andan a la búsqueda de clandestinos. Pero Kreuzberg es también un barrio predilecto de los artistas, que a comienzos del siglo XX era de las áreas más densas de población de Europa. Y Kreuzberg sigue siendo una jungla urbana, un variopinto y turbulento hormiguero de pobres.
Desde hace más de veinte años vivimos aquí los jesuitas en una pequeña comunidad, y, naturalmente, tenemos contacto con los distintos grupos de la ciudad: preferentemente con personas que no pertenecen a la buena sociedad, es decir con encarcelados, gentes sin techo, drogadictos. Con algunos de ellos compartimos una vivienda de alquiler que data del siglo 19. En este tipo de vivienda se dan cita gentes procedentes de las más varias culturas. La necesidad les impulsó a llamar a la puerta de nuestra casa en busca de hospitalidad. Cuando experimentan una acogida fraterna, aparece lentamente su dignidad, oculta por las muchas dificultades con que han tenido que luchar. Para nosotros, jesuitas, estas personas se convierten en maestras y maestros de la dignidad humana: nos sentimos acogidos con nuestros puntos flacos o fuertes e incitados a una convivencia más allá de concurrencias o envidias.
Nuestros maestros y maestras son personas que sufren con frecuencia la injusticia y se ven marginados por la sociedad dominante. En el trato con ellos, nos damos cuenta de los prejuicios con respecto a otras culturas y religiones que prevalecen no sólo en la sociedad sino también en nostros mismos. La pregunta de cuánto ama Dios a estas personas inicialmente extrañas a nosotros, se convierte en la clave de nuestro encuentro con Dios. Dios se las arregla para encontrar el camino que le lleva a cada hombre y mujer. El mismo nos invita a acompañarle en ese camino.
La acogida de otras personas pone en movimiento la propia relación con nosotros mismos y sana nuestra psicología. A veces nos quedamos sin palabra y debemos comenzar nuevamente a escuchar y comprender. Es un itinerario contemplativo en el que se pone a prueba la solidez de nuestra unión con Dios que sigue buscándonos como a hambrientos, sedientos, enfermos e impedidos. En estas gentes pobres es Dios relegado al último puesto de la sociedad. En cuanto cristianos aprendemos a prestar oídos al silencio de Dios en medio de nuestro tumulto de intereses. Entonces nos hacemos más ardientes seguidores de Dios y nos acercamos más a él. Para ello debemos despojarnos de nuestras pretensiones de poder, de sabiduría, de comodidad y así acoger la invitación a la unión y amistad con Dios y con sus criaturas.
También Moisés se despojó de su calzado al pisar el suelo sagrado en que Dios le llamó para el servicio de su pueblo. Y sagrada es toda tierra en que Dios sale a nuestro encuentro. Si eso ha de ocurrir en un zarzal impenetrable o en figura de un mendigo sin hogar, no somos nosotros los que lo decidimos. Pero ?hay algo más hermoso que captar la invitación de Dios a la vida y aceptarla en el acto?
Un día una persona llamó a nuestra puerta pidiendo hacer los ejercicios en nuestra comunidad. Hubo vacilaciones: ninguno de nosotros había acompañado aún en los ejercicios a nadie y, además, nuestra vivienda era un continuo movimiento de gentes que iban y venían. El persistió en su petición. Los Ejercicios Espirituales en nuestra compañía fueron para él un momento importante de clarificación para su vida ulterior. Otros ejercitantes hicieron parecida experiencia en compañía nuestra. Esos momentos fueron también fructuosos para nuestra comunidad.
Los Ejercitantes habían ya encontrado lugares y modos de vida muy distintos en la ciudad para meditar y hacer oración. En la búsqueda de esos lugares aprendieron a prestar oídos a la voz interior y a dejarse guiar. Cada persona siente angustia en determinados recintos. Más de uno no se atreve a acercarse a una reunión de drogadictos sino con precaución, o se mantienen distantes. Después de respirar hondo y observar el terreno, comienza a acostumbrarse al teatro de operaciones de los Ejercicios y de la plegaria, diría S. Ignacio. ?Qué busca él aquí? ?Qué es lo que desea? – Su ansiedad sigue, pero comienza a tranquilizarse y se interesa por lo que ve y porque se siente interpelado por Dios. Esto viene por sorpresa. Si siente una moción en su corazón deberá volver sobre lo mismo o paladeará lo que ha sentido de otro modo, p. ej. a través de una historia bíblica. Así irán madurando los frutos de la meditación.
No siempre se siente el ejercitante directamente interpelado. Pero tampoco es una excepción. Una señora de cierta edad encontró en un centro de encuentro de drogodependientes su lugar de oración y plegaria y, al cabo de algún tiempo, recibió allí la oferta de matrimonio de un soltero de su misma edad. Al principio, no le gustó la oferta. Pero, a los dos días, descubrió en ella un mensaje de Dios y que aquel hombre le exponía lo que es una vida en común con Dios. Discretamente se encaminó hacia un comedor de pobres para festejar interiormente esa invitación a la comunidad con Dios. Muchas de sus ansiedades obsesivas se le disiparon.
Ignacio de Loyola ilustra sus ejercicios primitivos en Manresa con muchas experiencias parecidas. Luchaba contra sus hábitos primeros, haciendo a veces lo contrario de lo que antes acostumbraba. Los Ejercicios los consideraba como un tiempo de experiencias, al igual que la peregrinación a Jerusalén, la catequesis de los niños por las calles, la visita y cuidado de los enfermos. En estos tiempos del descubrimiento y visita de la Tierra Santa, aprendía Ignacio la solidaridad con los pobres – muchas veces no se distinguía de ellos – y se acrecentaba su deseo de pobreza por Dios.
Cuando un grupo de personas quiso hacer sus ejercicios en Kreuzberg, nos dirigimos a la parroquia. En ella queda vacío en verano un sótano en que dormían en invierno los mendigos. Ahí se acomodaron también nuestros ejercitantes.
Durante los 28 años que duró la división de Berlín, los creyentes de nuestro barrio no pudieron acudir a su parroquia del otro lado del muro. Por eso se hizo una iglesia de emergencia junto al muro, pero Berlín está ya reunificada. Las dos mitades de nuestro barrio con experiencias tan distintas a lo largo de la división de Berlín no acertaban a encontrarse con facilidad. También otras heridas de la división – al igual que las de la guerra y las de la dominación fascista – son aún visibles en muchos sitios.
Junto a otros, también estos lugares que recuerdan la dolorosa historia, se han convertido en lugares sagrados para algunos de los ejercitantes.
Durante los días de convivencia de los Ejercicios Espirituales, todos los ejercitantes, tras la oración en común de la mañana y el desayuno, se dirigían a las plazas tranquilas o ruidosas de la ciudad. Tras las oraciones de la tarde, se mostraban unos a otros y a sus acompañantes los pasajes que más les habían conmovido y los comentaban entre sí. Nosotros anotábamos esos pasajes y pronto se convirtieron esas anotaciones en un grueso tomo.
Un ejemplo: una señora buscó para sus meditaciones un lugar junto a una prisión de desplazadas. Allí permaneció largo tiempo imaginando los modos de vivir de las mujeres internadas tras los muros. Por diversos motivos, habían huido de sus países de origen. Ahora esperaban el momento de su expulsión del país. Durante la dictadura nazi, muchas personas hubieron de huir de Alemania. ?Ya hemos aprendido algo de aquella triste historia? ?Somos verdaderamente hospitalarios? Muchas cuestiones revolvió aquella mujer en su corazón. Al cabo de algún tiempo, comenzó a preguntar a los que pasaban junto a la prisión: ?Qué siente usted al pasar por aquí? Cuando oía las airadas y humillantes respuestas racistas, sintió pena por las prisioneras y por su propia ignorancia de tanta desgracia. Las prisioneras con sus vidas y las leyes descarnadas del Estado nunca le habían venido a la cabeza.
A partir de ahora, quería visitar a las prisioneras. Cuando una mujer salió de aquel centro, le siguió y habló con ella. Era asesora espiritual. Le dio algunos nombres de detenidas a las que visitó el día siguiente. Entonces comprobó como se comportaban los vigilantes con las detenidas. Sólo podía ver y hablar con las detenidas a través de un cristal perforado.
Encontró a una mujer que fue separada de su marido y de su hijo de ocho años en Berlín y que ahora debía ser expulsada. Al niño se le dijo que su madre estaba de vacaciones. El marido también va a ser expulsado a otro país. No es raro que jóvenes de dieciséis años, sin familia, sean devueltos a su país de origen aunque no conozcan la lengua de su país.
La visitante se encuentra ante su realidad y la de la prisionera. Las mujeres pueden hablarse con brevedad. Para ella es una gracia hablar con esta detenida. Quiere volver al día siguiente. Después de la visita se dirige a una iglesia coronada por una gran cruz sobre el altar y se deja llevar en su oración por los sentimientos de la visita. Luego, se sienta junto a ella un niño pequeño con su hermana mayor. El pequeño señala a la gran imagen de Cristo y dice: „Está vivo? La hermana explica el material de que está hecha la imagen, pero el niño insiste: „Está vivo?. Finalmente el niño se vuelve a la mujer que está en oración y le pregunta: „?Está vivo?“. Ella, tras la experiencia del día, contesta: „Sí, está vivo?.
Los ejercicios prosiguen con el acompañamiento de esta prisionera de un lejano país y de ese niño. Su corazón rebosa agradecimiento por el llamamiento de Dios. La pregunta acuciante es ahora: „?cómo puedo responder a esa llamada?“. Quizá mantendrá correspondencia con la detenida y, a la vuelta de sus ejercicios en Berlín, hará visitas a la prisión de su ciudad natal. Ha comenzado una vez más la sed de la palabra de Dios.
Ahora ya – especialmente después de los ejercicios – empieza a hacerse sentir la angustia de que el estilo de vida elaborado interiormente empieza a traslucirse. Quizá empiezan a evitarle los antiguos amigos, como ocurría con las gentes de la prisión. ?Está decidida de veras, por encima de prejuicios sociales y culturales, a convertirse en una peregrina de Dios, aunque eso le sea ocasión de ironías y desprecios?
Volvamos nuevamente al comienzo de los Ejercicios Espirituales. Ignacio de Loyola, basándose en su propia experiencia, comienza los Ejercicios con la consideración del Principio y Fundamento. Invita a dar gracias por el don de la vida y a decir SI a ser hijo o hija de Dios. Todo hombre deberá en esa ascensión recurrir a otras experiencias y poner su vida de fe en conexión con otras invocaciones de Dios. ?Qué advocaciones están a disposición del individuo, si quiere, él o ella, decir sí dentro de su limitación a veces alta y dolorosamente sentida?
No sólo al comienzo de los Ejercicios, sino al comienzo de cada etapa hay en el libro de los ejercicios una contemplación fundamental: la del Rey temporal, la de la Ultima Cena y la contemplación de la Resurrección en casa de María. Y, para la vida ulterior y para las circunstancias futuras más varias encontramos una consideración fundamental en el libro de los Ejercicios: la Contemplación para alcanzar amor.
En estas contemplaciones fundamentales se resumen las principales dimensiones vitales. A ellas podemos volver una y otra vez y tomar nuevas fuerzas para arrancar. Eso es lo que hace la Contemplación para alcanzar amor haciendo de nosotros perpetuos peregrinos que buscan a Dios allí donde nos espera.
Para nosotros, jesuitas de Kreuzberg, el trabajo manual en solidaridad con nuestras y nuestros colegas, es un lugar privilegiado de descubrir a Dios donde él se encuentra y en que podemos redescubrir la dignidad de muchas personas. Es este un lugar privilegiado de aprendizaje de humildad y de lucha. En cualquier dificultad podemos recurrir al „Fundamento de la mutua solidaridad“ y recordar nuestra ansia básica de un mundo más justo.
A través de Jesús nos sentimos invitados por Dios. Podemos ser sus huéspedes y también invitar y hospedar. Nuestros huéspedes se convierten muchas veces en asesores nuestros. Los discípulos de Emaús tuvieron esa sensación cuando su huésped procedió a partir el pan. También nosotros volvemos a encontrar el fundamento de nuestra fe, cuando compartimos el pan con nuestros colegas de trabajo en las polvorientas naves de la fábrica o con mendigos errantes en las aceras de la ciudad.
En nuestra vida diaria percibimos muchos tiempos espirituales, que S. Ignacio llamaba experiencias. En todos ellos, como en los ejercicios, se plantea sin reservas la cuestión de la voluntad de Dios, el abandono de actitudes de poder, es decir el hacerse pobre ante Dios. En esta plenitud de vida podemos comunicar el hambre de lo divino a hombres marginados, indigentes y despreciados y ser sus compañeros en el camino hacia Dios.
Christian Herwartz, S.J.
traducción de Vicente Gamarra, S.J.
JESUITAS 2002, Rom Setiembre 2001, 108 – 112